En el marco de la Semana de la Diversidad Étnica y Cultural, hablamos con una de las guardianas del Aula Viva de la Universidad Nacional.
Cada 12 de octubre se conmemora el Día de la Diversidad Étnica y Cultural, una fecha para recordar la riqueza de los pueblos y reconocer la pluralidad que habita en nuestra universidad. Este año, la Semana de la Diversidad Étnica y Cultural reunió saberes, expresiones y voces de distintas regiones. Una de ellas fue Marinella, mayora, madre, curandera y consejera del pueblo Pijao, quien desde hace 14 años acompaña procesos de sanación y encuentro en el Aula Viva, un espacio de diálogo intercultural en el campus. Allí, entre el fuego, las plantas y la palabra, Marinella ha tejido una comunidad que respira respeto, escucha y aprendizaje. Desde En Plural, conversamos con ella sobre su misión, su camino y el sentido de mantener vivos los saberes ancestrales.
En Plural (EP): ¿Quién es Marinella y cómo llegó a ser curandera?
Marinella (M): Soy madre, soy mayora, soy consejera, soy curandera, soy psicóloga de la vida. Soy del Tolima, del pueblo Pijao. Llegué a ser curandera por linaje: mi abuela y mi abuelo lo fueron. Antes nos llamaban “brujos”, pero lo que hacemos es sanar con lo que la tierra nos da. En los territorios no hay hospitales a la vuelta de la esquina, así que el conocimiento se transmite de boca a oído, de generación en generación. Se aprende escuchando, practicando y cuidando.
EP: ¿Qué significa para ti el Aula Viva dentro de la Universidad Nacional?
M: El Aula Viva es un oasis. Es un espacio que ha salvado muchas vidas, un lugar donde la universidad nos permite prender el fuego, compartir palabra, cantar, sembrar y sanar. Aquí no se trata de cuánto se gana o cuánto se cobra, sino de lo que se entrega espiritualmente. Han pasado por este espacio jóvenes, profesores, visitantes de otros países y pueblos. Cada uno deja una semilla. Lo que aquí se siembra —una palabra, una planta, un gesto— florece en muchos otros lugares.
EP: ¿Cómo empezó tu conexión con la Universidad Nacional?
M: Llegué hace 14 años, por un sueño. Mi hijo estudiaba cerca y un día vine a traer guarapo para un evento. Así conocí a la profesora Gloria Inés y al taíta Erasmo, quien me dijo: “Mari, te necesito acá”. Me quedé porque vi a muchos jóvenes en crisis, algunos con intentos de suicidio, y sentí que había trabajo por hacer. Desde entonces, acompaño a quienes llegan con tristeza, ansiedad o confusión. Los escucho, les enseño a usar las plantas, a respirar, a agradecer, a reconectarse con la vida.
EP: ¿Qué representa para ti conmemorar la diversidad étnica y cultural en la universidad?
M: Es muy importante porque la universidad reúne a estudiantes de más de 24 pueblos indígenas en el distrito, con sus lenguas, tradiciones y cosmovisiones. Somos distintos, pero compartimos un mismo propósito: pervivir en el tiempo y aprender unos de otros. Conmemorar la diversidad es honrar a quienes caminaron antes que nosotros y reconocer que la diferencia nos enriquece. Ojalá no fuera solo un día, sino un mes, o todo el año.
EP: ¿Qué ofrece este espacio a los estudiantes que se acercan?
M: Primero, sanación. Pero también una experiencia de reciprocidad. Aquí tenemos tres bastones: escucha, respeto y compartir. Cuando entramos al Aula Viva, dejamos los títulos, los juicios, las etiquetas. Nos encontramos como seres humanos. Cada persona aporta algo: una palabra, una semilla, un alimento o un silencio. En la diferencia nos reconocemos, y desde ahí nace la convivencia intercultural.
EP: ¿Qué ha aprendido acompañando a jóvenes durante tantos años?
M: He aprendido que una conversación puede salvar una vida. Muchos chicos llegan con angustia o sin rumbo, y cuando alguien los escucha con el corazón, algo cambia. Una vez un joven me dijo: “Madre, yo venía a suicidarme, pero su palabra me salvó”. Eso me recordó por qué sigo aquí. Sanar también es dar tiempo, palabra y amor. Es enseñarnos a cuidarnos entre todos.
EP: ¿Cómo pueden acercarse quienes quieran conocer el Aula Viva?
M: El Aula Viva está abierta. Quienes deseen venir pueden buscarlo en Google Maps o simplemente acercarse al campus y seguir el sonido del tambor o el aroma del tabaco. Los jueves, viernes y sábados hacemos círculo de palabra, prendemos el fuego y cocinamos en minga con lo que cada uno trae. Aquí todos caben: estudiantes, profesores, administrativos o visitantes. Basta con venir con respeto y con ganas de aprender.
EP: Ya para finalizar... ¿Qué mensaje dejas a la comunidad universitaria?
M: Que recordemos de dónde venimos. Que no olvidemos saludar al sol, oler las flores, bañarnos con plantas amargas cuando nos sintamos cargados, agradecer a la tierra.
“Estamos respirando polvo de estrellas”, dice Marinella con una sonrisa. “Si agradecemos lo que tenemos y cuidamos lo que nos rodea, todo empieza a sanar”.