Contar cuentos, como quien dice narrar, lo hacemos todos. Cuando el rostro de perplejidad de un amigo anuncia un acontecimiento nuevo –visto o vivido– que viene desbordándosele por los labios, hacemos lo propio y alistamos los oídos para el ‘chisme’.

Entonces él se acerca y dice: “¡si le contara…!”, empezando de nuevo el ritual de actualización de los acontecimientos del entorno.

En Colombia la narración oral contemporánea nace en la década de 1980, al principio desde exponentes del teatro como Misael Torres y luego en 1988 llega con pila bautismal gracias a la propuesta del cubano Francisco Garzón Céspedes.

De él surgen talleres que toman, entre otros, algunos apasionados estudiantes universitarios que encontraron en el arte de las palabras su medio de expresión. Se forma entonces el movimiento de cuentería universitario del que La Perola es uno de los espacios más reconocidos.

No es extraño encontrar hoy día a uno que otro narrador extranjero preguntando por ese mítico espacio, donde desde hace 23 años (cumplidos el nueve de octubre de 2012) se cuentan y sobre todo se escuchan historias.

Y es que el público de La Perola, que no sólo es de la Universidad Nacional, escucha con tanta atención e imagina con tanta plasticidad que al unísono se notan sus gestos emotivos, las tristezas compartidas, las risas pícaras o burlescas que los relatos les generan. La Perola es un espacio para sentir los cuentos y para hacer historia.

Ser de la casa es hacer parte de la comunidad del cuento, una que lleva en “la Nacho” ya más de dos décadas, es aguantarse el frío bogotano, las gradas duras (algunos incluso por más de cinco horas), sacar la sombrilla si llueve para seguir escuchando y guardarla para tener fe de que la lluvia no es eterna, es saber que se escucha no porque no haya qué hacer sino porque es importante, porque se difumina la rutina, se amplían los puntos de vista, se pasa un rato agradable, se ejercita la imaginación, se conocen otros mundos entretejidos en los cuentos y lo mejor: no hay que tener conexión wi-fi para comunicarse ni parecer interesante. Sólo hay que estar dispuesto a dejarse llevar, a viajar con los cuentos.

Por esto a los cuenteros les gusta venir a la Universidad porque somos “cuentófagos”, y a nosotros nos gustan ellos porque son los mejores: algunos nos cuentan historias del día a día y nos hacen ver la realidad de otra forma, otros escarban en nuestras pasiones y hacen hormiguear la espina dorsal, algunos cuentan historias del pasado y nos enseñan nuestras raíces, a otros les gusta subirnos en montañas rusas y hacernos sentir un cúmulo de emociones.

Nos agradan porque son tan globales como nosotros y poco a poco vamos armando una memoria oral –no sólo de tradición– sino también de lo que somos, de lo que nos gusta y de lo que no. Así, poco a poco y sin darnos cuenta vamos trazando entre todos algunas pinceladas de lo que es nuestra identidad.